jueves, 31 de enero de 2008

Cuento sobre Shanghai (3ª y última parte)


Tras un apacible sueño de 9 ó 10 horas, me levanto y me ducho, mientras espero que Mar también se levante. Afortunadamente para mí, no tarda mucho en hacerlo. El plan de hoy es ir a Xintian di (tierra del nuevo día), donde hay un restaurante que los domingos prepara un delicioso brunch.

Tratándose de comida, muchos franceses se apuntan al plan, a pesar de la incesante lluvia. El lugar está lleno de gente, pero tenemos suerte y una mesa se va en ese momento. Yo me había hecho a la idea de comer el típico brunch inglés: judías, salchichas, huevos, bacon; pero la carta es mucho más completa y me decido por el Breakfast Burrito. ¿He dicho desayuno? Bueno, ya son más de las 2... y mi plato se compone de dos burritos rellenos de salchicha, verdura, salsa algo picante, patatas caseras, etc.: una comida de domingo mejicano en toda regla.
Después, Mar me enseña la zona, que también está construida para occidentales: bares, restaurantes, panaderías extranjeras y un largo etcétera de locales caros (siempre comparando con los precios chinos)... Como ya se hace la hora de volver y tengo q recoger mis cosas de casa de Mar antes de ir a la estación, cogemos un taxi. Pero como llueve, nos cuesta nuestro trabajo encontrar uno libre.

"Al partir, un beso y un croissant...", que es lo que me llevo al despedirme de Mar. Mi GPS incorporado calcula de nuevo la ruta de vuelta a la estación de trenes de Shanghai. La sorpresa no me la llevo con las máquinas expendedoras esta vez; sino con la muchedumbre refugiada en los túneles de la estación de metro cercana a la de tren. Si realmente existe la memoria histórica que se transmite genéticamente, puedo decir que la escena me recuerda al éxodo bíblico, cuando los judíos huían de Egipto. Intento hacer fotos, pero un océano agitado me conduce a la salida sin darme opción a parar, y todas fotos salen borrosas. Por si no fuera bastante desgracia, los pobres chinos, cargados y cargados con sacos, son expulados del túnel por la polícia. Fuera llovía sin parar.

Para entrar a la estación de Shanghai, más colas, sólo los pasajeros cuyos trenes salgan en las dos próximas horas pueden entrar. Yo ya voy justo de tiempo. En la sala de espera, una mujer y su hijo pequeño se mueven a escondidas, de rodillas y haciendo sonar las monedas de un yuan que lleva la madre en la mano. No entiendo nada hasta que veo que un chino le da un par de monedas a aquella mujer arrodillada, escudada tras un niño de no más de tres años. ¿Ha pagado un billete de tren sólo para entrar y pedir limosna?
Al subir al vagón, un niño y su padre me bloquean el paso, se apartan y les doy las gracias en chino. El niño dice que hablo muy bien chino, pero el padre le dice que sólo he dicho gracias. Entonces, me giro, los miro y les digo que también los entiendo, a lo que el hombre baja la cabeza y me pide perdón. Esta vez me acompañan de vuelta a Beijing una pareja de ancianos y un hombre de negocios. Antes de nada, me aseguro de bajar la calefacción. La mujer mayor parece bastante enferma y, por lo que veo y entiendo, le duele mucho el pecho y se queja suspirando constantemente. Desde mi litera de arriba, veo como su marido se acerca y la coge de la mano mientras ella intenta dormir. Al fijarme más, veo que está haciéndole una especie de masaje en la palma apretando sobre su centro. Pienso que es una imagen enternecedora, pero se rompe en mil pedacitos cuando la mujer comienza a roncar y tengo que poner el MP3 a tope para conseguir dormirme. Por si fuera poco, el hombre de negocios que duerme en la litera superior de mi lado y que lleva unos pantalanos de lana por debajo de los pantalones normales más unos calzoncillos largos, conecta su ordenador portátil y comienza a escribir. ¿Cuánta batería tienen ahora los portátiles? Eso no se apagaba nunca.
Y Blancanieves, antes de dejar su reino, me obsequia con una manzana envenenada en forma de retraso de una hora. Aún así, el lunes 28 nos despiertan temprano, como si el tren llegara puntual. Al ver que yo estoy listo para bajar, la anciana me dice que no llegaremos hasta dentro de una hora más.

Y como es lunes, día de limpieza, decido no irme a dormir ya que pronto vendrían a despertarme. Y no vienen. Vale, tampoco me echo la siesta, porque seguro que me despiertan. Pues no, no aparecen hasta las 6...
Al menos, en Beijing luce el sol. Cenicienta está contenta.


Mar, muchas gracias por tu hospitalidad. Te espero en Beijing.

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